Parece que a Rajoy le ha salido bien eso de plantar cara a Merkel con el déficit y está tan contento que ha dicho que no tiene la más mínima intención de tocar ni la sanidad, ni la educación. Créanlo ustedes: el señor presidente no necesita mentir. ¿Para qué va el gobierno a privatizar la educación o la sanidad si dentro de nada se van a ocupar de eso las autonomías. ¿Y por qué se dice «gobierno» en masculino y «autonomía» en femenino?
— No sigas por ese camino.
Vale. El señor presidente continuará ocupándose en silencio de esa economía suya de Paro y Palo, que a todo el mundo le parece tan bien. Y Rubalcaba continuará hablando sin decir nada que llame nuestra atención.
Gallardón, sin embargo sí ha conseguido hacer que todos le miren. Pero ¿ha dicho que una «violencia de género» estructural obliga a abortar a algunas mujeres, o que una violencia «de género estructural» obliga a abortar a algunas mujeres? Porque a eso se limita todo. Si ha dicho lo segundo, que, en opinión de un servidor, no es lo que creía decir, pero sí lo que quería decir, queda claro que el ministro no tiene una idea muy definida de lo que es la violencia de género, pero también que su voluntad es paliar los efectos de una presión del medio que podría, si efectivamente existe, inclinar la decisión de algunas mujeres con respecto a la gestión de su embarazo. Algo loable si no se convierte en una prima a la natalidad, no ahora. Aunque si, una vez matizado esto, Gallardón explicara por qué no quiere esperar a la sentencia del Constitucional, qué prisa corre, estaríamos en el punto en que estábamos antes de su intervención y, por tanto, hoy a lo mejor no es todavía el día de la mujer.
Pero si en efecto hoy fuese el día de la mujer, sería un día estupendo para decirle al presidente de Mercadona, quién quiera que sea, que cambie el nombre de su establecimiento y deje de alucinar con los chinos y su opaca vida laboral. Cambiar el nombre de un establecimiento para que no sea sexista no contraviene norna lingüística alguna y la Real no pondría reparos. Dicho sea a sabiendas de que la Academia de la Lengua no puede cambiar el habla, sólo puede registrar sus cambios, sancionar su coherencia interna y fijar su consistencia. Si María Dolores Cospedal García desea afirmar «yo gobierna Castilla-La Mancha» o «yo soy miembra del Club Bilderberg», que lo haga, allá ella con su imagen, pero si quienes van a explicarnos cómo debemos los demás atender a los usos del lenguaje son los mismos, políticos en mayor o menor grado, que dicen esas cosas y otras como «he sido cocinera antes que fraila«, «hemos ganado gracias al boca a boca», «en la manifestación no habían más de cinco mil personas» o «la inestimable intervención de los perros policías«, servidor prefiere a los académicos.
Por cierto, que el gato Pangur se pasó todo el día de ayer intentando hacerse amigo de Fiel, nuestro nuevo perro.
— No sabe hablar.
— Ya sé que no sabe hablar, Pangur: es un perro.
Hoy es un día en el que el ministro Wert no ha dicho nada nuevo (y quizás deberíamos empezar a contar chistes de Wert, ¿no?) y también, eso sí, uno como otro cualquiera para iniciar la campaña de ese referéndum que van a ser las elecciones andaluzas, para las que la izquierda se prepara atomizándose un poco más. Ya no falta tanto para que el sueño de Rajoy se solidifique por completo, o casi: el gobierno piensa, la autonomía ejecuta.