Se esperaba de un momento a otro, servidor, uno de esos correos electrónicos para escritores, intelectuales y artistas, siempre dispuestos a apoyar alguna causa necesitada de conciencia social, invitándole a la adhesión.
Servidor veía a los jóvenes reunidos en la Puerta del Sol y le extrañaba el silencio de sus colegas ante un fenómeno que (por mucho que a algunos les guste tachar de utopista) le da voz real a aspiraciones tan legítimas como prácticas. Que el sistema necesita una revisión es asunto sobre el que hay pocos desacuerdos, que dicha revisión difícilmente puede hacerse desde el interior es sistemáticamente negado por nuestros próceres que, tradicionalmente inclinados a disfrazar de defensa de lo viable su incapacidad para lo posible, a la vez no hacen nada.
Así que esta voz era necesaria y se está dejando oír en el momento justo. Para que el poder te escuche (cuando tú mismo no lo tienes) es preciso aprovechar sus debilidades, y es en campaña donde los partidos se muestran más vulnerables. De haber elegido otra fecha para montar sus tiendas, ¿alguien duda de que estos jóvenes hubiesen sido desalojados sin contemplaciones de sus parques y plazas? Ahora el mundo les mira, nos mira.
No haríamos bien, nada bien (y es importante que los periodistas, en este punto, procuren atemperar la natural tendencia al reduccionismo de sus soportes) resumiendo estas juntas y vivaqueos a un manifiesto concreto o achacándolas a una sola causa o a una sola iniciativa (ni tan siquiera, en exclusiva, a Democracia real ya, organización convocante y empeñada en un servicio de desbroce y catalogación de objetivos totalmente necesario, lo cual la capacita para ejercer una portavocía, ciertamente; pero no la distingue con liderazgo alguno) porque sería desmerecer la cualidad orgánica de la decepción, su capacidad auto organizativa surgida de la necesidad. Todos estamos implicados si indignados. Cada uno.
Este es un movimiento (digamos una reacción) que adoptas o no, pero que ya no es de nadie y menos aún de quienes, si bien reclaman la autoría de algunas propuestas de consideración razonable, no contribuyen precisamente al esclarecimiento del fenómeno aireando su indignación de un modo innecesariamente beligerante y sospechosamente apropiacionista; tampoco de Stéphane Hessel.
Y decir que, por más que aquéllos se ganaran a pulso, en su día, la gestión de un patrimonio cuyo valor no está en duda, los hijos tienen derecho a impedir que sus padres, hoy en manos de una maquinaria abstracta en cuyo idiolecto no existe la palabra democracia, dilapiden su futuro (lo arrojen a la zarza ardiendo de un sistema en cuyas tablas de la ley sólo hay un mandamiento) es una metáfora sólo a medias.
En la estrecha percepción de esta nueva divinidad surgida de sí misma, fortalecida por su propia crisis, el beneficio está por encima de la justicia, por encima de todo.
Pues hablemos del viejo bien común. Porque es eso lo que estos jóvenes nos piden –nada más raro, nada amenazador: que hagamos eficazmente nuestro trabajo– para beneficio general. Pero no esperando a que el dinero de los ricos gotee hasta las sedientas terminales sociales por su propio peso, sino limpiando las cañerías, desatrancando los distribuidores, restañando depósitos, engrasando espitas y restableciendo la presión donde la acumulación pone en peligro la higiene.
Ahora han decido acatar el dictamen de la Junta Electoral sin obligar a nadie a retirarse (de la Puerta del Sol, de otros parques y plazas españolas) si no lo desea. Los que se queden (muchos) no harán daño; por el bien de todos, supondremos el buen criterio de las fuerzas de orden público. Puede ser muy irónico ver a la policía ejecutar un desalojo infinitamente más influyente (a corto plazo, electoralmente hablando) que el problema a sofocar. Y no sería ningún escándalo que la primera consecuencia de todo esto fuese, por cierto, la desaparición de la jornada de reflexión.
En fin, que esperaba servidor recibir una invitación a adherirse al ideario de esta nueva y esperanzadora iniciativa ciudadana y, en lugar de eso, ha recibido una carta abierta contra la arbitrariedad de una antología de poesía publicada por la editorial Visor. Como si un editor privado (Jesús García Sánchez) no pudiese hacer la antología que le diese la gana cuando le diese la gana; como si un editor no pudiese publicar lo que le gusta e invertir su dinero y su prestigio como le cuadre. Como si en estos momentos, en resumen, a servidor eso le importase una higa.