Entre poetas conocemos el valor de la ambigüedad y la potencia de lo omitido: es casi una cortesía no dar explicaciones; pero cuando uno empieza a sospechar la presencia en su texto de gente extraña (políticos en ciernes, analistas huraños, amantes del misterio) corre el riesgo de plantearse la posibilidad de cambiar de estrategia.
La diferencia radica en que unos, los poetas, opinan «sobre» el texto, es decir que se fijan en que hay una errata en el segundo párrafo o se toman la molestia de ser metafóricos («tu texto, mi admirado colega, huele peor que los pies de Atenea»); mientras que los otros, políticos en ciernes, etc. lo hacen «en» el texto…
— No puedo estar de acuerdo en su ingenua afirmación de que… Insinúa usted cicateramente que… — Ilustra Pangur.
— Exacto, y además, eventualmente, citando a Neruda.
Es cierto que uno puede optar por dejar de meterse en camisa de once varas, satisfaciendo así los moralistas impulsos de unos lectores que, de inmediato, dejarán de frecuentar sus publicaciones, y limitarse a tratar asuntos de poetas. Pero hacer eso sería como ponerse a elogiar la faz inmaculada de Selene en una noche de luna nueva. La única solución, entonces, es hacer comprender a los lectores que el texto ante el que se encuentran es expresión fictiva del ideal trascendente de un animal que examina su propia vida, no juicio integrado, no exhibición intelectual de coherencia política.
— ¿Y el lector, cómo se da cuenta de que haces eso?
— ¿Porque hablo con mi gato?
Ha hecho servidor una pausa para ponerse unas gotitas de orujo en el café y asomarse a la ventana a verificar que, en efecto, la noche es de una negritud inopinable. La contemplación del abismo, en su brevedad, le recuerda a servidor que el significado es ineludible, pero aparta la vista justo antes de encontrar uno.
Es significativo (no sorprendente) que los partidos políticos acaparen en estos momentos nuestra atención más allá de las preocupaciones que debían de estar solucionando.
— ¿Qué es un partido político?
Si nunca ha intentado usted, querido lector, explicarle algo a su gato, usted, querido lector, no ha reflexionado nunca verdaderamente.
— ¿Alguna vez te has preguntado cómo funciona esa vieja batidora con la que te preparo las delicias de atún de vez en cuando?
— Dirás: casi nunca.
— No te distraigas.
— …
— La batidora consta de un motor que hace girar un eje conductor y, con él, una polea que a su vez, a través de una correa de transmisión simple, acelera el movimiento de otra paralela y más pequeña que multiplica la rotación del eje conducido, que es el que termina en la hélice que mezcla el atún, la harina, la leche, el agua, el aceite y el huevo en la proporción justa. Un control de avance determina la velocidad y fuerza de la hélice. ¿Lo entiendes?
— No soy tonto. Entiendo las leyes de causa y efecto. ¿Pero qué pieza es exactamente el partido político?
— Digamos que la energía que mueve el motor es la de la presión de un segmento social bajo una circunstancia histórica, que el motor es el pueblo implicado y que el partido político es la primera polea. La primera polea es la organización, y está al servicio de ese motor, la segunda (y subsidiaria) es la constituida por los cargos electos, institucionales, que no siempre (a veces se encuentran en la oposición) manejan el control de avance. Por eso un partido político fracasará si coloca el control de avance en el eje conductor.
— Porque es redundante.
— Obligatoriamente.
— De intentar mover el motor con el puré… ni hablamos.
— …
— ¿Y el horno? Mis delicias de atún, aunque escasas, están siempre bien horneadas.
— El horno es desarrollo legislativo, aplicación efectiva, contexto, y depende de factores funcionales que no siempre comparten fase con la batidora o están al alcance de su hélice. Al resultado de eso, los gatos, lo llamáis sabor.
— Si sale bien.
— Si sale.
Servidor ha estado a punto de añadir que los seres humanos, a eso, si sale bien, le llamamos poesía, pero la verdad es que no nos ha pasado nunca, y hubiese sido engañar a un inocente; a dos.