Se entera servidor de que, según la prestigiosísima publicación científica Muy Interetante, «si no cambias con la crisis y te adaptas, te extingues» y, en consecuencia con su carácter, se disponía a hacerlo así tras acabar algunos trabajos domésticos que venía prometiendo emprender desde el mes pasado cuando, apenas habíase puesto manos a la obra con el primero de ellos, ha estado a verle el petirrojo Cipriano. Es raro, y hasta cierto punto preocupante encontrarlo aún por aquí, pero es siempre motivo de alegría su visita, invariablemente breve e inesperada. Se ha posado en el respaldo de uno de los bancos de la huerta con una brizna de Ambrosia peruviana en el pico mientras servidor destapaba el cubo de barniz con el que se proponía, aprovechando la ocasional solana, defenderlos de un invierno que se promete especialmente destructivo con cuanto dejése a la intemperie. A servidor, Cipriano le cae bien porque, al contrario que la mayoría de sus congéneres, pentatónicos, estridentes y poco sociables, es dodecafónico, confianzudo y discreto. Ha estado allí unos segundos, casi un minuto, mirando a un servidor con un cariño propio de quien no sabe que el mundo es un lugar absurdo en el que cada uno representa para el otro una belleza que sólo se sustenta en la mutua incomprensión. Cipriano ha mirado a un servidor como si un servidor fuese lo que más desea un pájaro, y servidor, naturalmente, le ha devuelto el cumplido antes de verle alzar el vuelo hacia donde sea que vayan los petirrojos a estas alturas del año. Pero su visita ha hecho dudar a un servidor sobre sus intenciones de dejarse extinguir, y aún de barnizar los bancos. Si Cipriano resiste porque encuentra a un servidor hermoso, se ha dicho un servidor, resistiremos en nombre de la ingenua actitud de ciertas metáforas de la conciencia. El perro Fiel, ocupado buscando manzanas para jugar, no se ha enterado de nada, y los gatos dormían en casa, así que servidor ha sido el único testigo de tan oportuna revelación.
— ¿Has barnizado los bancos?, pregunta Raquel.
— Te tengo que contar una cosa.
Y servidor le ha contado a Raquel lo sucedido y por qué dispone ahora de muchísimo tiempo por delante para barnizar los bancos de la huerta, de lo cual su mujer se ha alegrado tanto que le ha desvelado dónde esconde el orujo. Un gesto que ha conmovido a un servidor hasta el punto de obligarle a fingir sorpresa.
Y ya tomándose unos orujos buenos del diablo acompañados de rosquillas caseras, Raquel y un servidor se han puesto a hablar de la coyuntura.
— Hace años que no oigo esa palabra.
— Se usaba mucho antaño, ¿recuerdas?, en frases del tipo: «la actual coyuntura económica…»
— Es verdad. Tampoco oigo ogaño eso de «cuando se den las condiciones objetivas necesarias para iniciar una acción revolucionaria…»
— Ya.
Resulta curioso como mientras el discurso de izquierdas se desmorona por no atreverse a desintegrarse el de Rajoy se empieza a parecer sospechosamente a aquel imperecedero del alcalde de Villar del Río desde el balcón del ayuntamiento que, con más gracia y valor, interpretaba Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall. Un plan (el Marshall) que obligó a la pobreza a salir de la clandestinidad…
— Y de aquellos fangos…
— Ya.
— El discurso se muere.
— Ya.
— ¿Y cómo has dicho que se llama el petirrojo?
— Cipriano.
— ¿Y te ha dicho algo?
— Ni pío.
— Pues eso es «muy interetante».
— Ya.
Luego han visto una película, servidor y Raquel, dando cuenta de unas espléndidas setas cortesía de Javier Palla, un buen amigo de ambos. Una de 1942, de Charles Vidor, titulada The Tuttles of Tahiti (y aquí: Se acabó la gasolina) con un Charles Laughton impresionante como siempre, o más. Una joya tan divertida y difícil de encontrar que les ha hecho sentirse reyes. Servidor, además, ha recibido un manifiesto que no piensa firmar, media docena de libros que no piensa leer y uno o dos premios de gran fuste y lustre que no aceptará. También algunos requerimientos; pero eso no va a contárselo a nadie ahora que no piensa extinguirse de ninguna manera. Ahora que no va a extinguirse, «eso» queda entre él y el dodecafónico Cipriano.