Si hay algo más deleznable que la corrupción, es el cinismo de los corruptos (no confundir con el cinismo de los íntegros, que es pura modestia). Pero si hay algo más deleznable que el cinismo de los corruptos es el infantilismo con el que intentan colárnoslo como argumento. Ya saben, aquello de «si eres comunista reparte tu dinero» o «mete a los del Opens Arms en tu casa».
La ignorancia es osada, y eso se puede soportar, pero cuando es mayoría se convierte en un problema que excede lo que cualquier minoría bien informada debe permitir. Hubo un tiempo en el que el poder se vio forzado a pactar con esa minoría bien informada, y fueron tiempos esperanzadores hasta que el poder descubrió que podía comprar a esa minoría, o a sus cabecillas. Lo que fuese (como fuese); el caso es que aquel pacto no existe más y, en consecuencia, tenemos que escuchar idioteces presuntamente ingeniosas que, se supone, sirven para explicarnos por qué no tenemos todavía un gobierno, o por qué la culpa de que terminemos votando de nuevo es del otro. A servidor no le da tiempo a disfrutar las mieles del ingenio de unos y otros porque se solapan como en una comedia demasiado graciosa. ¡Qué nivel!
¿Lo que pasa realmente es sólo un símil?, ¿se reduce todo a una comparación bien traída, a una metáfora más o menos feliz, a una frase que nos salve del abismo de nuestra ignorancia?
— Eso lo pinta mi hijo de cuatro años.
¿Así que, en realidad, no nos pasa nada? ¿Todo se reduce a que un grupo de personas presuntamente ecuánimes lleguen a un acuerdo aceptable en su propia opinión? ¿Nos sobra tiempo? ¿Todo está bien? ¿Podemos permitirnos el lujo de sacar pecho?
Sin embargo se nos siguen vendiendo consignas para tontos como si contuviesen alguna forma de inteligencia negociadora, como si fuesen en efecto el quid de la cuestión que tiene en entredicho la formación de un gobierno. No es raro.
También se nos invita a contemplar el gran espectáculo de las perseidas como si no hubiesen desaparecido de nuestra vista hace años, sepultadas por la luz que nos cuida. La información como otra forma de ceguera, paliativa.
La investidura como estriptis (Díaz Ayuso). La desnudez como disfraz (Monedero).
La información como la luz de las ciudades, de las carreteras, de los monumentos conmemorativos o de los puticlubes impidiéndonos acceder a la luz nuestra, la que viene de lejos a recordarnos que estamos solos, pero juntos.
Servidor recuerda haber sentido sobre su cabeza, en su infancia, la presión de una Vía Láctea en toda su grandeza. Eso sí: eran tiempos oscuros, lo reconoce; pero aún desearía poder vivir lo mejor de ambos mundos, modestamente.
Por ejemplo, le gustaría que la democracia no sirviese sólo para elegir gobiernos incapaces. corruptos o autoritarios, sino para gobernarnos a través de acuerdos que beneficiasen a la mayoría y redujesen las diferencias. Los clásicos lo deseaban, paro también ellos han sido eclipsados, por el cinismo, por esa clase de cinismo hiperlumínico inventado en su día por don Jesús Gil y Gil.
Para entendernos: servidor quiere más luz y menos taquígrafos.