Si se estaban ustedes preguntando porqué cuanto más realistas y comedidos somos más nos perjudicamos, la respuesta está en el Big Crunch. El Big Crunch es lo contrario del Big Bang, y tiene lugar cuando el Universo deja de expandirse y comienza a encogerse. Por eso ahora tardan ustedes tan poco en llegar a fin de mes.
Otra consecuencia del Big Crunch es que la flecha del tiempo se ralentiza hasta apuntar hacia el pasado. De echo, hace nada que en Israel han descubierto una mandíbula y algunos dientes que demuestran que «los humanos comenzaron a conquistar el mundo unos 60.000 años antes de lo que se pensaba hasta ahora», y la gente ha asumido de inmediato el triunfalismo del redactor de la noticia (que también afirma que el hallazgo obligará a reescribir la historia, lo que es un contrasentido) sin preguntarse para nada si el dueño de esos escasos dientes se sentía realmente conquistando algo. A lo mejor huía, a lo mejor escapaba del hambre (propia o ajena), o de la enfermedad, o de la violenta locura mística de sus, en otro tiempo, amistosos vecinos devenidos en verdaderos imbéciles sin previo aviso. Después de todo, los movimientos de huída definen la personalidad humana tanto o más que los de conquista. Pero servidor proseguirá después con este asunto.
Que el tiempo está en franca retirada (tempus fugit) se observa todos los días simplemente leyendo la prensa. Abre uno la prensa por cualquier página, pone el dedo al azar y lee: «El Gobierno aprovecha el 155 para impulsar el castellano en los colegios catalanes».
¿Progresar es huir?
Como todo merma, las cañas de cerveza se sirven sin aperitivo, Marcelo tarda un segundo en cruzar el campo de la gloria y llegar a la inmortalidad, Cervantes se resume en un confeti, Balthus era un pornógrafo y tenemos menos dinero. Dirán ustedes que los ricos tienen más, y es cierto, pero eso se debe a que compensan el efecto Big Crunch robando a diestro y siniestro, y a que se aferran a la ruindad como el berciano a la mina, no a que sean inmunes.
Otro efecto del Big Crunch es que nos vamos volviendo cada vez más imbéciles. Si bien, es cierto que es este un fenómeno que termina en la irracionalidad total, es decir, en una promesa de animalidad beatífica, no es del agrado de todos. A los escritores (por ejemplo) no nos gusta: ¿qué escritor que se tenga por tal desea ser leído por verdaderos imbéciles? (por favor: no respondan); pero a los políticos… ¿Es un buen político ese que desea ser votado por verdaderos imbéciles? La cantidad manda sobre la calidad cuando se trata de acceder al poder por la vía democrática.
Para afirmar que la cantidad es calidad no se puede ser escritor, hay que dedicarse a la publicidad o al pillaje. Ustedes le dirán a un servidor que todos, todos, en los tiempos que corren, nos dedicamos a la publicidad o al pillaje. Afirmación propia de un verdadero analista.
Que «un verdadero analista» sea de pronto ese que sale en un programa de televisión procurándose la aquiescencia de los verdaderos imbéciles nos obliga a preguntarnos cómo hemos llegado a esto, ¿cuándo los verdaderos imbéciles lograron tomar el poder y reducirnos a jueces mudos de la disolución del cambio, a obsrvadores impotentes de la perversión del progreso?
Es triste, pero es cierto, constatar que si bien nunca había estado tan claro el objeto de la conquista (la pelea constitucional), nunca nos habíamos sentido tan incapaces (democráticamente) de ganarla. Considere el solitario lector cualquier fenómeno de los llamados «de actualidad» (desde el empoderamiento femenino a la proliferación de noticias falsas) como la metáfora de una mandíbula acompañada de un puñado de piezas dentales y verá que la conclusión pasa por el mismo equívoco una vez tras otra.
El cuerpo humano está formado por unos 30 billones de células y por unos cuarenta billones de bacterias (podemos ajustar esas cifras, pero las bacterias siempre ganan). Democráticamente hablando, por tanto, es usted, solitaria lectora, más bacteriana que humana. Sólo la oportuna observación de que las células son mucho más masivas que las bacterias es capaz de alterar ese hecho. O sea que lo de «una persona un voto» no está tan claro. Lo que está claro es que, paradójicamente, el voto no beneficia a la mayoría prácticamente en ninguna parte. ¿Tiene esto solución? Ninguna conservadora, por culpa del Big Crunch.
La batalla a ganar pasa por cambiar las reglas subyacentes, lo que hay debajo de lo que hay (eso no es una novedad, pero es lo que nos has escaquedo). Servidor, que ha hecho sus pinitos estudiando lenguajes informáticos, siempre ha asumido que lo difícil lo debe de hacer el código, y el usuario el bien. Dicho de otra manera: la política (redefinida) debería limitarse a establecer la táctica de una estrategia intocable, una estrategia basada en muy pocos conceptos básicos (igualdad, libertad, fraternidad) que gestionar, no que establecer. Ahora podemos lograrlo, porque, como vamos hacia atrás, cuando se acabe el petit-franquismo toca el franquismo real, y luego la república y luego, con suerte, la revolución francesa. Conviene prepararse, porque somos nosotras, las personas del futuro, las que debemos procurarle al pasado la justicia que se merece. El futuro lo sabemos ya (M. Rajoy ingresará en Alcalá Meco, Cataluña será independiente…) pero el pasado… el pasado no está escrito y, a lo mejor, si seguimos cavando, descubrimos que las lentejas no se votan.
Servidor es consciente de que, al final, en el futuro pasado, lo que quedará de él será una mandíbula y algunos dientes amarilleados por el tabaco sobre cuyas células muertas y sin ideología reconocible se enseñorearán las bacterias como bicocas en el mercado. Lo que quiere es que el dentista lo cubra la seguridad social hasta el último día y que, de llegar a producirse, su exhumación signifique algo más (por menos raro) que un insólito descubrimiento.