Bacterias

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Al laboratorio sueco «Pegasus Lab» le encargó en su día no sé qué empresa de América de Arriba un estudio que acaba de hacer público ahora y según el cual el teclado de su ordenador de ustedes puede tener más bacterias (y hongos silenciosos como jirafas) que la taza de un retrete comunitario. No lo digo para asustarles, que podría, sino para que aprendan a valorar debidamente el riesgo que corre servidor cada vez que se sienta a contarles que científicos de la NASA han descubierto vida al norte del Polo Norte o que un laboratorio sueco ha encontrado treinta y tres mil microorganismos unicelulares de todos los colores entre la «a» y la «z» de un Acer de gama media. La escritura informativa y/o de opinión es una ocupación arriesgada y muy poco agradecida que requiere un sinfín de conocimientos de todo tipo, a más de ahora la posesión de una completa impedimenta que incluya guantes de látex, mascarilla verde de tres capas (servidor prefiere la marca Shield: con lazada, no con elástico), gorro cofia y patucos de polipropileno, por no hablar de los diversos alcoholes debidamente filtrados y homologados. Pero dejemos de hablar de cosas desagradables.

Los bercianos han empezado las fiestas. Arrancan con la «Festa do Maio» en Cacabelos y ya no paran de hacerlas aquí y allá hasta la «Festa do Maio» del año próximo. También hay feria del libro antiguo en Ponferrada (que así la llaman, aunque como suele ser habitual se trate más bien de un mercadillo de viejo). Luego llegan San José Obrero, la matanza, la Virgen de la encina, San Roque, la vendimia, el Magosto… Un sin vivir.

El caso es que hoy hemos dejado a Pangur subido a un cerezo (se subió hace dos días y le gustó tanto que no ha bajado ni para ir al váter, sólo le falta ulular) y nos hemos ido a cenar a «Casa Gelo», en Villadepalos, porque era la fiesta de algo, Raquel, una señora mayor con cara de pocos amigos, la hermana de la señora mayor (que asegura estar leyendo «Gloria y paz«), su marido (ya lo conocen: Tiano), Lucas (que ha venido con nosotros porque le han sacado las incipientes muelas del juicio y como tenía la cara hinchada prefería no dejarse ver por Madrid) y servidor.

– Y el gato.
– Que no, que tú no has venido.
– Pero me habéis traído las sobras.

Es cierto. Gracias a eso hemos conseguido que se bajase del cerezo y se aviniese a entrar en casa. Además en Casa Gelo preparan las mejores anguilas de río de España, y hubiese sido una crueldad no dejárselas probar. No es que las hagan de ninguna manera especial; no hay receta secreta o presentación espectacular, pero las cuidan y cuando las anguilas han llevado una vida libre de sobresaltos, acompañadas de pimiento verde de la tierra y regaditas con un buen tinto (tinto, sí) son la langosta del pobre.

– Tú cuánto hace que eres pobre, Tiano.
– Yo desde niño. ¿Y tú?
– Yo soy inmensamente rico, heredé de un antepasado bandido, pero mi señora no me deja gastármelo.
– Suñén, me advierte Raquel, – si sigues contando esa historia terminarás por creértela. No le hagas caso Tiano.
– ¡Mujeres!, brinda Tiano. – Si no fuera por ellas ahora estaríamos comiendo langosta tras langosta y vaciando frasca tras frasca.
– Tú lo has dicho.

Los chopos han empezado a soltar sus pólenes algodonosos y volanderos. Algunos entran hasta el restaurante cada vez que un cliente llega o se marcha. Tiano dice que, si llueve, el agua los posa en el suelo, donde forman una plasta que lo recubre todo, «como nieve», con una alfombra compacta que al secarse prende como la yesca.

– Una vez un gallego que no fumaba…

Así, hablando de nada, saltando de un tema a otro, hemos pasado un rato de lo más agradable. Y todos hemos aprendido algo, me parece: Raquel a llegar a Villadepalos atajando por Narayola, yo a querer a Tiano y Lucas que los Bercianos son de izquierdas. Al volver hemos parado en Cacabelos, a tomar la penúltima, y nos hemos encontrado con Secun hecho polvo, dice, porque se casa y tiene por delante cuatro despedidas de soltero: una de un conocido y tres suyas («para no mezclar a los amigos de aquí con los de allí, ya sabes», me aclara moviendo las manos como si estuviese batiendo huevos), y además no le gusta perderse las fiestas populares.

Y de pronto, ya en Magaz de Abajo, caemos en la cuenta de que mañana nos vamos. ¿Qué ha sido de todo lo que me había propuesto hacer? ¿Cómo he conseguido no leer aquella novela de ese joven autor y no arreglar la luz de la habitación de invitados y no cortarme el pelo? ¿Qué pasa con el tiempo, por qué no es como una adormecida cisterna donde los patos parpan ajenos a los peligros del mundo extraño? ¿Y qué hago bebiendo «blended»?

Perdónenme, se me ha roto uno de los guantes y muy posiblemente alguna cosa enteropatógena (y de la variedad más voraz) me está provocando una diarrea mental transitoria. Les dejo, me voy a comprar un litro de Pato WC. ¿O era Pato PC?

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