Pues en el juzgado nos recibió un hombre que no desmerecería en Canción triste de Hill Street, aquella serie de Steven Bochco que narraba el lado humano de una comisaría neoyorquina. Revisó los papeles, nos miró, desapareció un momento, volvió a aparecer y siguió revisando los papeles. Sonó el móvil de un servidor (para confirmar una comida el día trece, en Madrid), el abogado hizo una llamada (al ayuntamiento de Camponaraya) y Raquel comentó un par de cosas al aire mientras aquel hombre diligente y afable seguía revisando los papeles con las orejas cada vez más grandes. Finalmente selló los papeles, sonrió, nos estrechó la mano y dijo:
– Tengan cuidado ahí fuera.
J. (el abogado), ya en la calle nos dio instrucciones.
– Voy a hacer un par de gestiones. Os vais al Ayuntamiento con el visto bueno del juzgado, les decís que luego volvéis con el pliego para las alegaciones. Nos vemos aquí en hora y media. Lo tendré preparado. Lo lleváis para allá y que lo cuelguen enseguida. Por la tarde hablamos.
Cuando se va, Raquel dice:
– Es la Hormiga Atómica.
Hacemos todo como J. nos ha dicho, luego comemos en Cacabelos un pulpo a feria con sus cachelos y un tinto Cepas Viejas, que le queda justo, y vamos a ver a los del banquete. Todo listo. De vuelta en casa nos encontramos a Manolo (que es el hombre para todo), al tío Jesús y a don Jesús (que es el jardinero más avispado que he conocido jamás) achicando el agua de la bodeguita.
– Esto va a ser que el vecino está encharcando arriba, por joder.
– Le cortaba los huevos, dice don Jesús con las tijeras de podar en la mano.
– Y lo hace a propósito, sentencia Manolo.
– Tío Jesús, Manolo, don Jesús, dice Raquel doblándose de la risa. – Sois el inspector Ardilla.
– Pues de alguna parte sale tanta agua, niña, dicen al unísono.
Hay que desatrancar desagües, ahondar pozos, insistir en la Mancomunidad para que nos permitan abrir en el camino y salir al colector general, buscar un electricista capaz de aumentarnos la potencia por una cantidad cristiana, dar la murga al carpintero para que acabe algunos trabajos menores…
– ¿Puedo hacer una prueba?
Miran a un servidor como si no le hubiesen visto nunca. Pero servidor no se amilana: entra la bodegua, pone el riego en «manual», lo enciende y «voila»: el aspersor (ahora están puestos para regar a las siete de la mañana) situado frente a los ventanucos de la bodega se ha estropeado y echa el agua en dirección contraria, inundando la bodeguita. Servidor apaga.
– Lo siento, amiguetes, dice Raquel, – Pero el inspector Ardilla es Suñén.
– Hay que joderse, dice el tío Jesús, – para una medalla que me habían puesto.
– Hay que joderse, dice Manolo.
– Hay que joderse, dice don Jesús.
– A la cocina todo el mundo, ordena un servidor.
Acabamos con un paté de campagne que tiene el doble de kilocalorías que de colesterol, y media hogaza, y caen unos chupitos del orujo que parece de manantial.
– El Ardilla ese… ¿era americano, no?
– No tío Jesús, es un dibujo animado, aclara Raquel.
– Ah, pues entonces que se quede Suñén con la medalla.
Nos despedimos de los tres en el portón.
– Adiós, dicen al unísono.
– Adiós.
– Adiós, repite Raquel. – Tened cuidado ahí fuera.
Ya en casa servidor pone Only you en el viejo tocadiscos.
– ¿Y eso?, pregunta Raquel.
– ¿Bailas?
– Vale inspector Ardilla.
– ¿Te parece bien llamarme así?
– Reconócelo, bobo: te va como anillo al dedo; aunque con esas gafas de lejísimos también podrías ser Moroco Topo.
Ya estamos. Ya le ha dado la risa.