Deberían escribirlo así en todos los papeles oficiales que un ciudadano medio llegará a tener en su poder a lo largo de la vida, ¡y sólo para mantenerse dentro de la ley!: «Cuidado. Ayer puede ser grave».
– Todo el tiempo.
– ¿Qué?
– Que debe tener todos los papeles todo el tiempo, dice Raquel.
Lleva días juntando servidor certificados que, por lo visto, tendría cualquiera que quisiese casarse con Raquel, y que posiblemente muchos tengan (esperemos que no con el mismo propósito), pero que él no tenía. Es decir que los que tenía eran del año pasado, o no eran azules, o no servían en el Bierzo. Una vida buena (y hasta heroica) es la de quien haya sobrevivido al papeleo y tenga más de cincuenta años.
– Y no beba tanto, se ríe Raquel.
– Te ríes como Dulce Pulgoso, es decir: una mezcla entre Lindo Pulgoso y Dulce Abuelita.
– Ya, y Spike es el perro Cato.
– ¿Y yo?, pregunto mientras saco del cajón una gruesa cartera negra.
– ¡El cartero¡ Ahora Raquel no puede parar de reírse como ella misma, hasta que lo hace en seco.
– ¿Has traído el certificado de matrimonio anterior con la anotación de divorcio?
Servidor lo ha traído todo: eso, la partida de nacimiento (que es necesaria para obtener el papel anterior, pero que ahora piden de nuevo) declaraciones de renta, certificado de empadronamiento, carné de identidad, acta notarial de… Sobre la mesa, una gruesa carpeta contiene el relato, oficial e imparcial, del transcurrir de un servidor en el mundo. Y en cualquiera de sus páginas, adornadas de sellos rimbombantes y enrevesadas firmas podría estar acechando un pasado olvidado y ominoso en forma de imperdonables tramitaciones caducadas o comprensibles errores administrativos. Un pasado que ni las gafas de lejísimos ayudarían a encontrar.
De repente siente cierta compasión por los solteros, un servidor, gente sin otra constatación existencial que su carné de conducir por puntos y los recibos del cajero automático. Su soledad es a menudo indeseada, y sus vidas transcurren como ríos subterráneos, como músicas inauditas, como…
– No te pases, protesta Raquel. – ¿Ahora qué toca?
– Primero dejar todo esto en el juzgado. Y luego a catar los vinos del banquete.
– ¡Bien!
Nos ponemos en marcha para desesperación del perro Cato, que se siente abandonado cada vez que se queda solo. A estas altura, debería saber que siempre volvemos y a nosotros, no debería ya de darnos tanta pena.
Nota: Lindo Pulgoso fue originalmente transmitido como parte de la serie del Show de la Hormiga Atómica y El Inspector Ardilla a los que quizás veamos en la segunda entrega de esta comunicación.