Ya ven. Servidor está en la biblioteca de casa intentando averiguar (por Internet, ya que aquí, en Magaz de Abajo, nadie parece saberlo) cómo acabar con Forficula auricularia (vulgo: tijeretas, un clásico) y oye en la radio que en los exámenes de selectividad ha caído la generación del 27 y Pío Baroja, y también que se cumplen los veinte años de la muerte de Borges. Y que ha muerto Ligeti.
– ¿Quién? pregunta Raquel.
– Ligeti, el músico.
– Era muy mayor, ¿no?
– Según se mire, no sé, ochenta y pocos, pero estaba muy enfermo.
Raquel rebusca entre los CDs y se decide por el Réquiem. Es la versión de la Orquesta Filarmónica de Berlín (acompañada por las London Voices), que dirige Jonathan Nott. La severa, expresionista, solemne música abismándose en el abrazo entre homofonía y polifonía me hace olvidar las tijeretas.
– ¿Ya sabes cómo acabar con esos bichos?
No se había percatado un servidor, pero Raquel debió haber bajado a la cocina y ahora llega con un par de martinis secos. Abre la ventana y el guirigay de los pájaros entra mezclándose con el runrún del motor de agua del vecino. Deja las copas en el alfeizar, un instante, y luego me pone una sobre la mesa. Prueba la suya, cierra la ventana y sonríe.
– Lo llamo cocktail de campo sonoro.
– Buenísimo. ¿Y tú has acabado ya con los pulgones?
– A fuerza de nicotina, dice abriendo muchísimo los ojos y frunciendo los labios en un gesto misterioso.
– He dicho «pulgones», Raquel, no «pulmones».
– Ya lo sé, tonto, he acabado con ellos gracias a la nicotina. No queda ni uno, ya ves.
Parece que macera en agua un par de cigarrillos y luego vaporiza el líquido sobre las hojas atacadas. Le digo que con las tijeretas he tenido menos suerte.
– Puede que lo único eficaz sea ponerles trampas. Pero sigo investigando. Me ha distraído la radio hablando de lo mismo de siempre desde hace veinte años.
– Ya sé, ya sé, estás harto de Borges, pues a Ligeti le gustaba.
– Pues a mí no tanto. Pero es que es cierto: llevo veinte años anclado en una cultura que parece haberse paralizado desde la muerte de Borges, si no desde antes. ¿Has visto las preguntas de la selectividad? Creo que a mí me tocaron las mismas. ¿Cuándo van a preguntar por Ligeti?
– Sería como ponerle trampas a las tijeretas: un experimento, sentencia.
– Bueno pues por Claudio Rodríguez. Un poeta verdaderamente grande. Y también está muerto, como Baroja, aunque haga menos tiempo. ¿Es que los profesores no leen?
Raquel besa a un servidor y le recuerda que hay prisa, que nos vamos a comer a Cacabelos, a ver si allí entienden algo de artrópodos devoradores de rosas, y que sí, que los profesores leen, pero que al igual que los críticos, o los periodistas, o un servidor, prefieren vivir en un ambiente manejable, delimitado y sin sorpresas, y que todo se andará.