Ha dicho don Alberto, a cuento de su criticado peaje judicial, que gobernar, a veces, es repartir dolor. Oír la palabra «dolor» en boca de algunos miembros del gobierno empieza a servidor a resultarle inmoral. Es una palabra ya suficientemente vaciada y vapuleada cuyo contenido se ha sustituido en más de un cincuenta por ciento por el de otras como pobreza o crueldad, y que deberíamos utilizar con más respeto, o callar con tino. Por eso el señor Ruiz-Gallardón haría bien corrigiéndose a sí mismo y diciendo que gobernar, a veces, es repartir pobreza (también, «a veces», crueldad). Todo, «a veces», es otra cosa. «A veces», escribir es perder el tiempo y «a veces» lo es leer. «A veces» sentirse implicado en el destino de una comunidad proporciona el tipo de alegría que compensa cualquier sacrificio, y «a veces» hasta ir a votar es repugnante.
Servidor imagina que la frase de su gallardo ministro de justicia fuese literal: ¿Cómo repartiría el dolor don Alberto?, ¿lo haría en virtud del nivel de felicidad previo de cada uno o lo repartiría en paquetes iguales sin consideración de edad, ingresos, emociones o cargas? También, «a veces», gobernar es repartir dinero. ¿Cuál sería entonces el criterio más justo?, ¿y si fuese salud, o eternidad?
No le gustan excesivamente a un servidor estos quebraderos de cabeza, porque son infinitos. O, como diría su vecino el gallego, «a veces» son infinitos. Uno empieza y no acaba. Por ejemplo: resulta que somos capaces de modificar la naturaleza para hacernos inmortales (un día sí y otro no leemos sobre esos deslumbrantes avances de la investigación médica) pero no somos capaces (ni lo intentamos) de modificarla para hacernos iguales ante la ley. ¿A que da miedo?
Es como cuando se nos piden sacrificios. Un sacrificio es lo que hace doña Cumé cuando deja de consumir pastelería industrial para interceder ante la corte celestial por su affenpinscher enfermo de inapetencia, pero «a veces» es morir en lugar de otro. Un sacrificio es también lo que las gallinas hacen (involuntariamente) por nosotros (a veces «el carro de la compra tiene tanto poder como un carro de combate», observa acertadamente Adriana Ruíz Díaz) que no es lo mismo que dejar de fumar por vicio (servidor fuma por placer), de beber agua o de comer. «A veces», sin embargo, dejar de beber o de comer es simplemente frívolo. ¿Es un sacrificio por el público lo que hacen el atolondrado y guapo Hugh Jackman, cuando se pasa sin beber tres días para «bordar» su papel de Jean Valjean, o la descerebrada y bella Anne Hathaway, cuando deja de comer hasta ponerse en peligro para dar tanta pena como Fantine? No vale decir que lo hacen para «estar a la altura» del genio de Víctor Hugo en un papel cinematográfico: contraviene la esencia misma de la profesión del actor, es como si Carlos Latre se cambiase de sexo para imitar a Tita Cervera. Sí: estos sacrificios que se nos piden son más bien gallináceos.
Y no, no se olvida servidor de que la palabra «gobierno» está también implicada en la ecuación, ni de que es otra de esas palabras entreveradas de espurios significados. La palabra «gobierno», «a veces», contiene demasiado poder (y placer) para ser tomada en serio. (Servidor acaba de dar un respingo sobre su mesa porque se ha representado al señor ministro vestido de cuero, látigo en mano, diciendo que a veces el placer es repartir el dolor, imagen que aleja de su cabeza de inmediato pensando en Hanne Hathaway antes de adelgazar). Esa palabra, gobierno, parece ser incapaz de revisarse a sí misma y, de la misma manera en que los políticos confunden economía con contabilidad, se disfraza de penitente para disimular que no es más que la coartada del dealler para repartir arbitrariamente. Porque, no nos engañemos, «repartir» (palabra que asociada a «gobierno» significa «barrer para casa») y «a veces» (expresión que asociada a «gobierno» significa «siempre») son las zonas que más significado acumulan en el pensamiento que viste la frase de don Alberto (que ni siquiera se sacrificó dejándose la barba para su papel de Albéniz en aquella pobre y sobrepujada película de Garci, sino que se la pegó con Mastic Bella Dersina precisamente porque, «a veces», no es necesario hacer de la solución un problema).
En resumen: los discursos no inquietan menos que las acciones, ni se vuelven mejores, menos falsos o frívolos porque lleven pegado con adhesivo de postizos el birrete del humanismo, «a veces».